Utopia Siglo XXI

 

 

Diario educativo de Feliciano Robles, para tratar de conseguir una Educacion integradora y liberadora en los valores humanos que mas dignifican a las personas.

 

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Si damos un paso para lograrla, ésta se aleja un paso; si damos dos pasos, también se aleja dos pasos; así que la UTOPÍA sirve para CAMINAR.

 

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martes, enero 28, 2003

 




La escritura es creativa

Oscar Henao Mejía

La lectura, en el mejor de los casos, es comprensiva, pero la escritura es creativa. Por eso su valor formativo no tiene comparación. El hecho realmente productivo está en la escritura, que nos obliga a ordenar, a priorizar, a pensar, a mirar a distancia, no sólo lo que hemos leído en los libros, sino también lo que nos ha llegado a través de los nuevos formatos, en la prensa, en la T.V., en el cine, en la red y, primordialmente, los aprendizajes que vamos tejiendo con el trajinar de nuestras propias vivencias.

En la escuela, sin embargo, reducimos el aprender a escribir al manejo mecánico del alfabeto, de las palabras; cuando más, al manejo de la gramática. Se nos queda en el baúl el juego simbólico. Por eso, cuando salimos de la escolaridad frenamos también la escritura. De alguna manera, era un asunto tan ilógico, tan falto de sentido, tan desconectado con los propios intereses, con la vida misma, como ese mecánico deglutir paquetes de enseñanza.

Y lo más absurdo, ¿cómo llegó la escuela a castigar con la escritura?, ¿cómo logró transformar el camino de la libertad en sendero de tortura?. A todos nos tocó en algún momento de nuestra escolaridad escribir cien veces cuantas retahílas se le ocurrían a ingeniosos maestros para despertarnos la fobia por la escritura. Otras escuelas, desafortunadamente muy pocas, van en contracorriente y acogen la oportunidad que ofrece esa franja de la niñez y la juventud, ese momento en que las manos y las mentes están más blandas y pueden aventurarse con mayor espontaneidad en la escritura.

No se nace escritor

Pero el asunto no es sólo invitar a escribir, no favorecer la escena. No se nace con habilidad para la escritura, igual que nacemos con los ojos verdes o un lunar en la mejilla izquierda. Escribir es una habilidad que se aprende y se depura con el ejercicio y con el ambiente que se proporcione. Hay que conocer otras escrituras para tener puntos de referencia, para cualificar. Y tener a otro, en nuestro caso, el maestro, que nadie, que corrija, que ofrezca otra valoración, que abra vetas, que anime, que mire desde otro ángulo lo que nos hemos propuesto.

Los muchachos no aprenden a escribir porque les pidamos que escriban, ni porque lleguen a hilar palabras bonitas. Encontrar palabras bellas es ya un logro, por supuesto, pero el asunto clave es armar frases con sentido. Y, más que esto, es asunto de mayor importancia es lograr que las palabras se acerquen cuanto sea posible a lo que se quiere expresar.

Un paso significativo será el aventurarse en las primeras líneas, con todos los temores y dificultades que esa decisión implica. Pero la mano del que, en el supuesto ideal, ha caminado ya esos tramos, tiene que estar ahí acompañando respetuosamente, sugiriendo, ofreciendo otras opciones. Hay que enseñar a los muchachos a corregir, a mirar una y otra vez lo que han hecho, más cuando se escribe para otros, a buscar nuevas construcciones, figuras adecuadas que se aproximen más a lo que realmente quieren expresar. A veces es tan simple como girar el orden de las palabras. Es decir, enseñar a quitar y añadir, inclusive a desechar.

De Marx, sabemos que tenía su estudio inundado de papeles que escribía, rescribía y clasificaba permanentemente. Antes de editar sus libros trabajaba mucho con los borradores. Era la misma disciplina que, en otra escritura, tenía Beethoven. Los musicólogos lo catalogan ahora como el ejemplar tipo de compositor constructivo. Era más lo que desechaba que lo que hoy podemos escuchar. No es extraño por eso que el más grande compositor, pienso yo, sólo haya escrito nueve sinfonías, cuando Haydn escribió más de cien y que, para su única ópera, Fidelio, hubiera escrito varias oberturas.

Es la disciplina y la disposición que creo hay que formar en los jóvenes escritores, la postura constructiva. Luego serán ellos mismos los que consignan mirar sus escritos, también con una actitud crítica, de lector reflexivo. Por lo pronto, en la escolaridad el maestro pone el otro ojo. Porque muchas veces ocurre también -por supuesto que nos pasa igualmente a los docentes- que los alumnos escriben distinto de cómo han pensado. Revisando el borrador de uno de los libros publicados por los alumnos del Liceo Benjamín Herrera, le pedía a una de las niñas que leyera en voz alto uno de sus poemas, simplemente para hacerle entender que lo escribía diferente de cómo lo había pensado.

Sin embargo, hay palabras, frases a veces fragmentos amplios, que basta pensarlos una vez y escribirlos. Hay palabras y figuras tan consistentes que no nos dejan duda alguna, que son imposibles de modificar, así no las haya escrito un experto en el manejo del lenguaje. Son palabras o pequeños textos que vuelan y crecen por sí mismo, que dejan un horizonte despejado de significaciones. Cuando mi alumno Danny Palacio dice: Los poetas son la voz del mundo. Escriben, mientras el mar despierta bajo amplios rayos de sol", no encuentro ninguna palabra, ningún giro, que pueda cambiar. Simplemente, me parece un verso hermoso, así lo haya escrito un muchacho de tercer curso de básica secundaria. Y quisiera yo, su maestro, poder escribirlo con tal acierto. A veces, un verso o una frase son suficientes, y lo que haríamos agregándole nuevas palabras no sería otra cosa que arruinar su hallazgo. Vuelvo con mi amigo Nietzsche: ... "mi ambición es decir en diez frases lo que otro dice y no dice en un libro".

¿Qué es entonces escribir?

Si escribir en su más loable dimensión no es un acto mecánico ni instrumental, si no es un mero ejercicio de transcripción del habla, si no basta con entenderlo como dominio de una herramienta funcional -valoración legítima, pero no suficiente-, ni siquiera como una habilidad para construir correctamente o expresar frases bellas, ¿qué es, entonces?

Escribir es otro asunto. Es construir, hacer una historia. Escribir es abrir la ventana personal. Es tomar la pluma para dibujar e interpretar un mundo desde la propia subjetividad, desde las propias experiencias, desde las particulares perspectivas. Escribir es abrir otras vetas en el itinerario personal; es trascender las imágenes hechas que hemos heredado del hombre y del mundo, los grandes relatos que se nos quiere entregar desde la lectura señalada. Escribir en libertad da el pasaporte para inventar y recrear.

Escribir es un ejercicio en el que nos permitimos disentir y saltar los códigos que históricamente se nos ha querido imponer. Escribir nos permite transgredir la verdad señalada, la igualdad que nos rasa, el estereotipo, el paradigma que parecía incuestionable. Escribir rasga la coraza que calla los sueños e iguala el horizonte. Quien escribe se confirma en el mundo del inacabable asombro y abraza el ámbito de lo simbólico, del sueño, de la imaginación, del deseo, de la fantasía. Escribir es una puerta amplia para entrar al universo, a lo plural, a lo múltiple.

Escribir, como pocas tareas del ser humano, evidencia el compromiso personal con la vida, con la historia propia colectiva. Porque quién escribe piensa en voz alta y construye hilos de conversación con otros; abre la puerta para que sea cruzada por otros. Quien escribe asume un código trajinado colectivamente para llegar a otros, para ver con más de dos ojos, para trascender más allá de la propia nariz.

Quien escribe asume la aventura de sumergirse dentro de sí, para descubrir ese personaje tan ajeno generalmente a la propia historia: uno mismo. El misterioso acto de escribir con libertad es uno de los métodos de conocimiento más sorprendentes" escribía Arturo Guerrero en un artículo publicado en este diario. La poesía, particularmente, toca puertas en el ser humano que nos permiten entrar a espacios de profundos significados, de emocionantes encuentros consigo mismo y con el entorno social.

La poesía es el lazarillo que nos conduce al encuentro inusitado y maravilloso por excelencia, a nuestra propia vida, a paladear nuestro propio camino, a rumiar, como expresaba Fernando González, nuestros propios pasos. Y cuando uno se reconoce a sí mismo, cuando entiende y saborea sus pasos, está habilitado para entender el mundo y sus congéneres, está habilitado para descifrar los códigos colectivos. Cuando uno enciende una luz en su propio interior, ilumina toda la bóveda del universo.

 

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