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miércoles, marzo 05, 2003

 

Historia y locura
Feliciano Robles

Ha llegado a mi buzón de correo electrónico el último boletín llamado Grano de Arena que edita la organización ATTAC- Argentina, y en ella se incluye un artículo muy didáctico titulado “ HISTORIA Y LOCURA” escrito por José Pablo Feinman que describe muy bien la situación crítica a la que nos están llevando los responsables de la actual Administración norteamericana. Si quiere enviar su comentario sobre el contenido de este artículo puede hacerlo a: srobles@supercable.es



Historia y locura
____________________________________________________________

José Pablo Feinman

Todo intento por comprender la historia (por volverla inteligible) ha
indagado en las aristas económicas, políticas y sociales no
incluyendo -o incluyendo escasamente- sus aristas psicológicas. Sin
embargo, El malestar en la cultura es un gran texto de Freud y en él
se analiza la insoslayable presencia de la pulsión de muerte en todo
lo que tenga que ver con lo humano. Otros intentos -el psicoanálisis
del nazismo que Erich Fromm propone en El miedo a la libertad- son
menos profundos, menos valiosos. No así la Psicología de masas del
fascismo de Wilhelm Recih. Pero no sería aconsejable obviar aportes
que vienen desde la filosofía (Nietzsche) y desde la literatura
(Dostoievski). Este, en Memorias del subsuelo, escribe que de la
historia universal se puede decir todo, menos que es prudente. Y
luego: "Que el hombre propende a edificar y trazar caminos es
indiscutible. Pero ¿por qué se perece también hasta la locura por la
destrucción y el caos?"

John Le Carré, en un artículo reciente, dice que Estados Unidos acaba
de entrar en una nueva época de locura histórica. Es así. El proyecto
imperial no resiste un análisis sensato, no entra en los moldes de la
razón. Me han dicho que algunos psicólogos de esta ciudad (de la
nuestra, Buenos Aires) ensayan, entre las miles de explicaciones que
exige la inminente invasión a Irak, una que no deberíamos desdeñar:
"El hijo tiene que superar al padre". Si Bush 1 hizo la Guerra del
Golfo, Bush 2 hará la del Golfo y todas las que sean necesarias para
implantar una dominación imperial descomedida, llena de destrucción
pero, también, imposible.

Hay un componente de desmesura en la actual política bélica de Estados
Unidos que obliga a interrogar otros campos del Saber. Podríamos (cómo
no) decir simplemente que estos halcones del Norte están totalmente
locos, enceguecidos por la retaliación y la voluntad de poder. Y esto
se dice abundantemente por todas partes. Sólo, aquí, señalemos lo
siguiente: locura, retaliación y voluntad de poder no son potencias
históricas habitualmente incluidas por los analistas. Sin embargo, no
vacilaría en decir, muy seriamente, que Bush y sus halcones están
locos en este preciso sentido: se están por lanzar a una aventura
irracional, insostenible, de límites inmanejables. Están por desatar
potencias destructivas que no podrán controlar. ¿Cómo se llegó a este
salto de eje?

La dimensión catastrófica de lo que se viene puede leerse en el
siguiente simple, inevitable razonamiento: Hiroshima y Nagasaki (las
más grandes hecatombes de guerra del siglo XX) encontraron su punto de
justificación (ya que Estados Unidos actúa, digamos, retaliativamente)
en el ataque japonés a Pearl Harbour. Ese ataque lo fue a un blanco
militar. La ofensa a la nación fue considerablemente menor que la
ofensa de las Torres Gemelas y el Pentágono. Harry Truman -con Pearl
Harbour como símbolo a vengar- arrojó dos bombas atómicas sobre
ciudades desguarnecidas, blancos civiles.

¿Qué no hará Bush para retaliar lo de las Torres? En el corazón del
poder financiero, en el corazón del poder militar se clavó el ataque
terrorista. Se humilló a la nación imperio. Ahora, la venganza
desmedida. Bush no sólo está dispuesto a ir más allá que su padre,
sino más allá que los victimizados por la anterior y mítica ofensa de
Pearl Harbour. Si aquéllos tiraron dos bombas atómicas por un episodio
lejano y militar, ¿qué no sentirán los halcones de hoy que pueden y
deben hacer por un episodio no cercano, si no íntimo, en la propia
tierra, donde nadie había osado golpear?

Quien sea que haya hecho lo de las Torres entregó al Imperio el gran
pretexto para la extensión, profundidad e inhumanidad de la guerra en
que hoy se empeña. Es tal el beneficio que para el armamentismo y el
belicismo de Bush prestó el atentado del 11 de septiembre que sólo hay
dos lecturas. La locura terrorista facilita la justificación que la
locura belicista requiere. O la locura de los halcones de Bush incluía
facilitar o tolerarlo de las Torres. Se dice que Roosevelt sabía lo de
Pearl Harbour y no lo detuvo porque necesitaba llevar a su pueblo a la
convicción de la inevitabilidad de la guerra. Bush tiene a la mayoría
con él. Los estadounidenses quieren el castigo. Quieren que los
marines vayan y limpien con todo, que eliminen toda posibilidad de
peligro. Quieren volver a vivir como antes, cuando eran un blanco
imposible. Las voces de protesta son escasas. El ciudadano medio (casi
diríamos todo estadounidense que no vive en Manhattan) reclama la
furia y la eficacia de los "muchachos". "¡Go and get them!" ¿Por qué
Bush y sus halcones se parecen tanto a Hitler? Es sencillo. El ataque
a las Torres es el incendio del Reichstag. Tienen un proyecto de
dominación mundial. Nada les importan los organismos creados para
garantizar el orden mundial. Hitler desdeñó la Sociedad de las
Naciones. Bush y los suyos han humillado a la ONU y a la OTAN.
Pero -muy especialmente- el proyecto bélico es insostenible. La
Alemania nazi no podía sino ser derrotada, como lo fue. No hay nación
que pueda apropiarse del mundo por medio de una guerra de conquista.
No puede mantener los territorios conquistados. ¡Hitler invadiendo
Rusia! ¡Hitler planeando hacer de la Unión Soviética un imperio de
esclavos al servicio de Alemania! Aquí entra el componente de locura.
Se sabe de la disconformidad del Ejército con Hitler. El cabo estaba
loco. Pero tenía aterrorizada a la nación alemana y nadie lo podía
remover. El componente de locura en la administración Bush, su
desborde tanático, tiene en sí más elementos de destrucción que el de
Hitler.

Bush (cuando uno escribe "Bush" no se refiere a un individuo sino a
una maquinaria de guerra y ambición de dominio que, basándose en el
terror de un país a OTRO ataque terrorista, se lanza a una aventura
devastadora de retaliación) no podrá controlar a Irak, aunque lo
devaste en dos días, según anunció. Desatará la ira del mundo árabe
que, humillado, se volverá sobre Israel y establecerá alianzas
mortíferas para Estados Unidos. No contará con el respaldo de sus
tradicionales aliados europeos. Sobre todo de su gran aliado desde la
posguerra, de su genial creación de posguerra: Alemania. Corea del
Norte, Rusia y China reaccionarán de modos distintos y totalmente
imprevisibles, pero no en favor de la guerra de Bush. Cualquier
gobierno que instaure en una Bagdad devastada tendrá a cientos de
miles dispuestos a agredirlo, atacarlo por cualquier medio.

El terrorismo, que se alimenta del odio, tomará una dinamización
incontenible. Nadie puede contra el terrorismo kamikaze. Estados
Unidos deberá transformarse en una nación-country. Construirse un
escudo inexpugnable. Montar una defensa de misiles imbatible, que no
existe. No logrará contener la suba irracional (ya que todo es
irracional) del precio del petróleo. Y los norteamericanos (los que
apoyan a Bush, los que creen que si los marines van acaban con todo,
como siempre) vivirán más aterrorizados que hoy, ya que su presidente
habrá aumentado al infinito los motivos para morir de los terroristas
kamikazes. Tampoco podrá controlar a Latinoamérica. Lo absorberán
conflictos monstruosos y no podrá frenar a Chávez ni neutralizar a
Lula ni imponer el ALCA.

Un Imperio debiera saber que todo proyecto de dominación mundial es
insostenible. Napoleón y Hitler eran patéticos conquistando lo que
jamás podrían sostener. Ese "plus" que los llevaba hacia lo desmedido
era hondamente irracional.

Era ese "halo nietzscheano de locura" que León Felipe descubría en
Alemania. Bush lo tiene. (Detrás posiblemente no tenga a Nietzsche
sino a William James y a John Wayne). Pero una guerra no se hace sin
aliados. Ni aun la superpotencia que es hoy Estados Unidos podrá
conquistar el mundo. Eso lo había logrado el capital financiero. Eso
era más racional: un dominio del capital respaldado por una potencia
que intervendría zonalmente en determinadas áreas de conflicto. Esto,
lo de hoy, es una locura. Estados Unidos marcha hacia la catástrofe y,
dado que esta guerra será inevitablemente nuclear, arrastra con él a
la humanidad toda.

 

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