Utopia Siglo XXI

 

 

Diario educativo de Feliciano Robles, para tratar de conseguir una Educacion integradora y liberadora en los valores humanos que mas dignifican a las personas.

 

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Si damos un paso para lograrla, ésta se aleja un paso; si damos dos pasos, también se aleja dos pasos; así que la UTOPÍA sirve para CAMINAR.

 

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lunes, agosto 30, 2004

 

APRENDER A SER, HACER Y TENER

Capítulo 2-2 Aprender a ser VALIENTE

Hola amigas y amigos: Una de las cualidades de las que estoy más satisfecho de poseer es que me considero una persona valiente. Y la valentía yo creo que se puede enseñar a los niños desde muy pequeñitos y se pueden conseguir personas valientes. A mí me enseñaron a ser valiente mis padres, y yo creo que fue porque vivíamos en el campo y hacíamos muchas actividades por la noche en plena oscuridad, y aunque en el campo había muchos animales peligrosos, a mí me enseñaron desde muy pequeñito a no tener miedo de ningún animal ni de nada en particular.

Esa valentía aprendida me ha servido mucho a lo largo de la vida para saber hacer frente a enfermedades graves que he tenido, cambiar muchas veces de trabajo y ciudades de residencia, y de emprender muchos viajes a destinos desconocidos. A mis hijos he procurado inculcarles esa valentía desde que eran pequeñitos y el mayor especialmente me ha salido enormemente valiente.
Como prueba de su valentía os adjunto el relato que me ha enviado sobre un salto que realizó desde un avión con un paracaídas.

Hay muchas estrategias para conseguir personas valientes

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Relato de LUIS Robles

El domingo pasado fui al aeródromo de Lesclaverie, al norte de Pau, a ver si por fin podía cumplir una ilusión que llevaba tentándome desde hacetiempo: saltar en paracaídas.

Lo había intentado los dos domingos anteriores pero las dos veces se había anulado por mal tiempo. Esta vez hacía un sol radiante, un poco frío quizá pero ni pizca de nube, así que en principio debía ser ELdía.

Llegué, me apunté en la secretaría y me fui a la pista a ver elambiente. Estaba abarrotado, al parecer todos los aficionados del paracaidismo habían venido aprovechando el solecito. Había una avioneta que se dedicaba adespegar, soltar su carga y aterrizar, una y otra vez, como si fuera un autobús.En el cielo había siempre tres o cuatro paracaídas, sueltos o en grupo.Algunos estaban participando en una competición de aterrizaje de precisión: tenían que caer justo en un punto de unos 3 cm de diámetro. Otros saltaban por aprender, y otros sólo ?por gusto?. Algunos llevaban cámaras pegadas a los cascos,para filmar a sus compañeros.

Me presentaron a mi instructor, que me explicó brevemente en qué iba a consistir mi experiencia: iba a ser un salto en tándem, o sea, amarrado a él, que sería el que de verdad llevaría el paracaídas. Yo lo iba a tener a mi espalda y por encima.Salto a 4.000 m de altura, tres mil de caída libre y por fin apertura del paracaídas a 1.000 m. Yo podría manejar el paracaídashasta los 300 m, entonces él lo retomaría para aterrizar.

Encoger las piernas al llegar al suelo. Arnés muy apretado, ningún objeto en los bolsillos. ¿Entendido? Me puse el arnés y seguí a mi instructor hasta el borde de la pista. Se nos unió un grupito de otros siete saltadores y nos pusimos a andar hacia la avioneta, que nos estaba esperando. El instructor nos dispuso en los asientos de la avioneta según el orden de salto.

Nosotros íbamos a ser los últimos.Despegamos. Íbamos apiñados en la avionetilla, mirando el paisaje porlas amplias ventanillas. Hacía un día estupendo, se veían perfectamente Pau y los alrededores, los Pirineos nevados, mi fábrica con sus montañas de azufre amarillo brillante. Si no hubiese sido por unas nubes costeras habríamos podido ver Bayona y el Atlántico. En un momento dado la avioneta dejó de subir. Mi instructor me gritó que apretase las ataduras del arnés. Los otros empezaron a colocarse cascos y gafas. Abrieron la puerta. Se pusieron a despedirse: ?hasta luego?,?buen salto?...

El instructor dijo a los primeros, un grupo de cuatro, que fueran. Con decisión, dos de ellos cruzaron la puerta y se agarraron al exteriorde la avioneta. Nunca había visto a nadie hacer eso. Los otros dos se asomaron a la puerta. ?Un, deux, trois?. Cayeron como piedras, todos a la vez. En un abrir y cerrar de ojos ya no se veían. No sé por qué pero yo me esperaba que fueran como a flotar pero qué va, en un momento no estaban. Tras ellos saltaron otros dos, agarrados para caer al mismo tiempo. El siguiente era un chaval joven negro que estaba aprendiendo. Saltó de espaldas, mirándonos mientras caía, con el pulgar de la mano derecha levantado.

Y ahora me tocaba a mí. ?Ça va?? me preguntó el instructor. ?Oui, oui?dije a media voz, y me fui hacia la puerta. Al ser un salto en tándem, yo tenía que salir totalmente de la avioneta para permitir que el instructor se sentara en el borde de la puerta. Me costó pero conseguí convencerme de sacar todo el cuerpo, piernas incluidas.

El instructor se sentó, verificó una vez másque todo iba bien y entonces se inclinó hacia adelante. Caímos de cabeza, como el que se lanza a una piscina. Me puse a gritar con todas mis fuerzas pero ni yo me oía. Unos segundos eternos después estábamos horizontales, con los brazos abiertos, ?disfrutando? de la caída libre. Imaginaros sacar la cabeza por la ventanilla de un coche a 200 km/h. Pues eso exactamente es lo que yo sentía en aquel momento: mucho viento, muy frío, entrándome por la nariz y la boca.

Tras los momentos iniciales ya no me sentía caer, seguía teniendo miedo pero ya no notaba vértigo, simplemente veía acercarse el suelo a 200 km/h. Y mucho viento. Al cabo de un minuto el instructor abrió el paracaídas. Sentí que tiraban de mí hacia arriba y después todo fue calma y tranquilidad. El mundo parecía haberse congelado, el ruido del viento había desaparecido. Nos deslizábamos suavemente sobre el Béarn. El instructor me pasó las riendas del paracaídas y ensayé cómo cambiar de dirección y girar sobre nosotros mismos. Paré porque me mareaba.

Preferí volver a centrarme en el paisaje, que era fantástico.Bajo nosotros se veía la pista del aeródromo, y a ella nos dirigimos, despacito. Tras tres minutos de vuelo, el aterrizaje fue como la seda, yo sólo tuve que encoger las piernas, dejar que el instructor tocara el suelo y después aterrizar yo.

Me despedí entre sonrisas, cogí folletos para apuntarme para aprender y me fui. En el coche, mientras conducía de vuelta, reviví lo que acababa depasar. Me temblaban las piernas, tenía el estómago revuelto. Al cabo de un rato conseguí tranquilizarme pero todavía ahora me entra repeluco de acordarme. No sé si repetiré algún día.Lo que sí que está claro es que me alegro mucho dehaber podido cumplir este sueño.



 

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